Experiencias educativas en contexto de encierro: la palabra y la confianza como herramientas pedagógicas

Enseñar en la cárcel o aprender para educar afuera tiene desafíos propios que se suman a la de todo aula: forjar la autonomía y la búsqueda del discurso propio, para empoderarse y encontrar formas de inclusión colectivas.

En la agenda se ven los días de inicio y finalización de clase. La planificación está en marcha, los fibrones o tizas en la cartuchera. Hay expectativa, porque en el aula no solo se comparten contenidos: también se acompaña el desarrollo personal de las y los estudiantes. Quienes trabajan en educación en contextos de encierro en el marco de la Red Creer o quienes llevan “al afuera” lo aprendido adentro suman al desafío pedagógico de toda labor docente validar las experiencias de vida, fortalecer el ejercicio de la palabra y promover la confianza en que una salida con inclusión es posible.

“Nos contenemos y acompañamos entre quienes formamos el equipo docente porque la experiencia es muy movilizadora. Lo es también para los muchachos (por quienes estudian mientras están privados de su libertad), que cambiaron muchas actitudes. Dicen cosas muy fuertes como ‘acá adentro yo siento que estoy libre’”, explicó Selva Sena, que es parte del equipo de formación en contextos de encierro de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) junto a Guillermina Mendy, directora de la Tecnicatura Universitaria en Economía Social y Solidaria, y Merlina Martínez, coordinadora académica del Diploma de Operador Socioeducativo en Economía Social y Solidaria.

El trabajo docente de la UNQ, una de las 145 organizaciones que conforman la Red Creer, se realiza en las Unidades 42 y 23 del complejo penitenciario de Florencio Varela. En el ciclo 2022-2023, participaron unas 280 personas privadas de su libertad en cursos de formulación de proyectos y habilidades socioemocionales. Además, 36 de esas personas se inscribieron en el Diploma, que tiene desarrollo anual y muestra, justamente, que “otra economía es posible”, recalcó.

Las clases a veces cambian de aula dentro del penal y eso es parte de lo cotidiano en contextos de encierro. Pero donde vayan, la dinámica es similar: trabajan en parejas pedagógicas y arman una ronda para que todas las personas puedan mirarse a la cara y nadie sobresalga por el lugar físico que ocupa, como sucede en la estructura de la escuela o universidad tradicionales. Desde una perspectiva afín a la educación popular, comparten los contenidos académicos a la vez que validan lo que cada estudiante trae, porque “toda experiencia de vida es un conocimiento que se pone a jugar en el aula”, explicó Sena.

“Enseñar en contextos de encierro tiene algunos emergentes propios que asoman en las experiencias de las organizaciones que son parte de la Red Creer. Brindar herramientas educativas a veces es fortalecer la base de la alfabetización o dinámicas de responsabilidad y cumplimiento de consignas. Otras, ayudar a confiar en que eso que se aprende podrá ser implementado en cooperativas, emprendimientos o un trabajo al recuperar la libertad”, explicó Florencia Sequeira, coordinadora de la Red que genera formación y oportunidades laborales para personas que están o estuvieron privadas de su libertad.

Poner en “ejercicio al pensamiento”

José Castiglione es estudiante del profesorado de Educación Física en la Universidad Nacional de Hurlingham y esa asignatura es la que enseña en el marco del programa Fines, una política de finalización de la educación secundaria. También se formó en “Arbitraje y resolución de conflictos”, un curso que brindó la Biblioteca Popular La Carcova de San Martín -integrante de la Red Creer- cuando se encontraba privado de su libertad. En el encierro tuvo experiencias inspiradoras y algunos obstáculos al defender la importancia de que sus compañeros pudieran aprender, pero el mismo entusiasmo es el que comparte con sus estudiantes en el Conurbano bonaerense.

Cada vez que se presenta frente a una comisión de Fines a contar que con él tendrán Educación Física, sus estudiantes piensan que en su hora van a trotar y hacer algunas otras piruetas con el cuerpo. Sin embargo, el principal desafío que les plantea es “ejercitar el pensamiento y la reflexión”, explicó. “Muchos jóvenes o adultos de barrios vulnerables tuvieron experiencias educativas truncas y les es difícil decir con palabras lo que piensan. Por eso pasan a la acción. Es importante poder entender, encontrar las palabras”, resaltó Castiglione.

Con la confianza y la posibilidad de elaborar un discurso propio ya se puede pasar al siguiente peldaño del proceso educativo, que para el profesor es gestionar “la solidaridad y la cooperación”. Y ello también puede traducirse en proyectos colectivos en los que familias o personas que comparten el aula o el barrio se organicen para poner en práctica una salida laboral que los empodere y les permita ser dueños de su propia vida.

Así, educarse es una experiencia movilizadora para quienes aprenden -en la libertad y, mucho más,en contextos de encierro- y para quienes enseñan. Acaso ambos roles se intercambien en diferentes momentos de cada clase. Con ese compromiso, estudiantes y docentes esperan iniciar las clases una vez más.